lunes, 19 de octubre de 2009

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Rondaban las doce del mediodía, y estaba pronosticada una tarde prometedora.
Me esperaba la llegada de mi amigo “el fotógrafo”, como me gusta decirle, aunque se dedique a la pintura.
Todo surgió una noche de alcohol. Esas noches en las que hablábamos de nuestras vidas proyectadas, de nuestras aspiraciones artísticas y estéticas, de sentimientos; de puros sentimientos, tomando 100 piper´s en vasos de cocina con dos hielos y hablando de interrelacionar mis poemas con sus pinturas… lancé la pregunta, sin saber las repercusiones en su alma, de qué le gustaría hacer si no fuese pintor. Su mirada se perdió en una esquina oscura de la pieza en la que estábamos, y así estuvo unos minutos, contemplando el vacío, o el oscuro esplendor de un margen de la habitación. De a poco sus ojos se fueron volviendo más expresivos, como los de alguien que experimenta el dolor sin nombrarlo, y una pequeña sonrisa, casi cínica, se empezó a formar en su cara.
Y así, ahora con los ojos totalmente abiertos y la cara desfigurada por la expresión, como un animal demente dispuesto a matar, me dijo: Fotógrafo… me gustaría ser fotógrafo, y tomó nuevamente la posición anterior. ¿por qué fotógrafo? No hizo falta preguntar, había dicho todo con su cuerpo.
Rondaban las doce del mediodía, y estaba pronosticada una tarde prometedora.

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